lunes, 22 de junio de 2015

QUIZÁ MÁS AL NORTE




Antes de marcharse, parados en el descansillo, mis padres insistieron en que hacía un día estupendo para sacarla de paseo. Yo les dije que ya vería, que estaba cansado. Mi madre meneó la cabeza y me miró como cuando era niño y no quería hacer los deberes. Está bien, la llevaré a dar una vuelta, les dije. Cerré la puerta y desde la mirilla observé cómo cogían el ascensor.

Quizá más al norte, en Chamberí o por el barrio de Salamanca, no resulte tan extraño ver a una extraterrestre paseando del brazo de un hombre, pero aquí en Carabanchel no es nada habitual. De hecho ni siquiera podemos sentarnos un rato en el parque. Mis padres creen que exagero pero es muy raro que pase alguien y no se quede mirando. Luego lo normal es que empiece a llegar más gente y sin quitarnos la vista de encima formen un corro para chismorrear sobre ella. Los más curiosos hasta se acercan para hacerle una foto. La semana pasada un señor me preguntó si podía tocarla. ¡Váyase a la mierda!, le dije.

La verdad es que desde que ella llegó mi vida ha cambiado. Para empezar, siempre que salimos a la calle tengo que evitar las vías más transitadas, sobre todo cuando hace buen tiempo y las terrazas de los bares invaden las aceras de la plaza de Oporto. La gente nos para como si fuéramos famosos, tan solo para verla de cerca. Ella en cambio no parece enterarse de lo incómodo que me siento. Lo único que hace es sonreír. Sonríe mucho. Todavía no sé por qué lo hace. Yo entonces acelero el paso y rezo para que llegue pronto el invierno. Las mañanas con niebla, por ejemplo, son una delicia. Solemos levantarnos muy temprano, todavía es de noche, y bajamos caminando por la calle General Ricardos hasta la orilla del Manzanares. A ella le gusta tumbarse en el césped a mirar el cielo y las estrellas, quién sabe, a lo mejor hasta puede ver su planeta. Cuando empieza a amanecer emprendemos el camino de vuelta. La mayoría de las tiendas aún están cerradas, pero de vez en cuando nos paramos frente a algún escaparate para mirar las cosas que venden. Entonces la veo reflejada junto a mí, rodeándome la cintura con sus tentáculos, y me acuerdo del día que se escapó. Olvidé cerrar con llave la puerta y cuando llegué de la oficina había desaparecido. Después de buscarla por todo el barrio durante horas no tuve más remedio que empezar a admitir su pérdida. Fue un momento duro, casi no podía respirar, algo me oprimía el corazón, o el pecho, no lo sé. Estaba anocheciendo. Entré en el Faro a tomar una cerveza para ver si me calmaba. De pronto me di cuenta de que hacía meses que no pisaba un bar. Cuando regresé a la calle volví a pensar en ella pero ya no estaba tan angustiado. Para mi sorpresa me encontré con una amarga sensación de alivio. Quizá por eso, cuando llegué a mi casa y la vi sentada en el rellano, pensé que hubiera preferido no volver a verla nunca más. Desde entonces no he vuelto a cerrar con llave.

Hoy hemos estado paseando por los alrededores de la cárcel. Algunos todavía la llaman así aunque hace años que la derribaron. Por uno de sus flancos lindaba con el parque de las Cruces y si continuas caminando hacia el sur, de espaldas al parque, te encuentras con un descampado donde la gente amontona sus electrodomésticos viejos. En primavera suele crecer entre ellos la hierba salvaje y esas flores amarillas que no huelen a nada. Esta tarde nos hemos acercado al único muro de la prisión que dejaron en pie. En él hay pintados montones de grafitis; algunos hablan de la libertad y otros simplemente son los nombres de quienes los pintaron, nombres raros como Yunke, Brassy o Stok. Los he estado leyendo  en voz alta mientras caminábamos. Ella no ha dicho nada. Qué va a decir. Al volver a casa no hemos tenido que acelerar el paso ni cambiar de dirección. Casi parecíamos una pareja normal. Se nota que ya anochece antes y que las calles del barrio se quedan desiertas. Mientras esperábamos el ascensor hemos visto a dos vecinos que han preferido subir por las escaleras. Me han recordado a mis padres. Ellos al principio tampoco  aceptaban a mi novia. Luego fueron tomando confianza y… bueno, ahora vienen a casa todas las mañanas, mientras yo estoy trabajando, para que no vuelva a escaparse. Yo les digo que no hace falta, que no tienen por qué molestarse, que debemos dejarla más a su aire. Les repito casi a diario  que se metan en sus malditos asuntos.

¿Y qué ibas a hacer tú sin ella, hijo mío?, me dicen.





(Finalista en el X concurso de Relato Breve "Jose Luis Gallego")

2 comentarios:

  1. Bene, bene, bene: "Mi novio es un zombi (...) mi vida ya tiene sentido, recuperé el amor perdido, intacto pero podrido" by Alaska
    Eso sí, lo de ver los planetas de otras estrellas a simple ojímetro...va a ser complicado, a no ser que alguno de esos tentáculos que toda fémina posee sea mágico.
    Beram

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  2. "Lo que tú digas, cariño" by Mcnamara...jajja... gracias por comentar, zorro anónimo...!!!

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