jueves, 26 de diciembre de 2013

NO TAN ELEMENTAL, QUERIDO WATSON


El doctor Watson entró en la habitación. Los vapores etílicos que durante la noche habían consumido el aire del cuarto le golpearon en la nariz. Holmes no se encontraba allí pero sus sábanas todavía estaban calientes. Watson se atusó el bigote con el fin de adivinar su paradero, pero unos ruidos provenientes del cuarto de baño le dieron la respuesta.
—¡Holmes, creo que tengo algo! —gritó emocionado, y se sentó en la cama a esperar.
Pasados unos minutos, la puerta del baño se abrió. Holmes apareció vestido con un batín y sin emitir saludo alguno, fue caminando lentamente hasta una silla situada cerca de la ventana. Luego sacó una pipa del bolsillo y tras metérsela en la boca le arrimó una cerilla. Watson interpretó ese silencio como vía libre para exponer sus conjeturas y sin perder un segundo procedió:
—Esta mañana he visitado a  Miss Stapleton y me ha dicho que salga de la ciudad. Lo más curioso es la picardía que empleó al hacerlo pues, lejos de querer amenazarme, aprovechó para decírmelo cuando el señor Stapleton estaba ausente. No sé, Holmes, creo que me ha debido confundir con Henry Baskerville y pretendía avisarme de algo, lo que me lleva a pensar que quizá el señor Stapleton también esté relacionado con la muerte de Sir Charles Baskerville.
Envuelto en su propio humo, Holmes se rascó el mentón como si pensara en algo. Watson prosiguió.
—Tenemos pruebas de que el verdadero asesino es ese perro endemoniado que merodea por el páramo, pero… ¿Qué crees que pretendía Miss Stapleton al darme ese mensaje?
Holmes cerró los ojos y comenzó a masajearse las sienes con los dedos. Al cabo de unos segundos miró a Watson fijamente y dijo:
—Watson, lo único que creo es que deberías volver luego. Tengo una resaca espantosa.



miércoles, 28 de agosto de 2013

MARIA, MARIA, MARIA

Por fin salía el sol. Aquel día nos esperaba una cala perdida en el cabo de Gata, un paraíso desértico y unas doscientas personas. ¿Doscientas? Bueno, más o menos. Huyes de las aglomeraciones sin pararte a pensar que todo el mundo también lo hace y qué ocurre, que aparece otra aglomeración de pobres desgraciados maldiciendo su suerte, desgastados urbanitas que dejando atrás los dias de furia al volante te levantan la mano en agradecimiento cuando les cedes el paso en el angosto camino. Bueno, piensan, piensas, seguro que merece la pena. A eso voy. Alguien nos chivó que la hora de comer es la mejor hora para ir a la playa. Pero como ya ocurrió antes, no fuimos los únicos beneficiarios de tan sabia información, aprecien la ironía, y cuando llegamos un ejército de sombrillas retaban al sol con sus descarados colores y estampados. Al salir del coche tu cerebro manda señales a la memoria y sin saber por qué recuerdas la primera vez que entraste en una sauna y la última vez que abriste la puerta del horno. En la orilla corre el aire, tu sí que vas a correr. Normal, hay gente que se cabrea. ¿Qué van a contar luego en la oficina? Yo les entiendo. No les gusta mentir, o peor, no saben, y dicen “las vacaciones muy bien” con la boca pequeña, y en seguida te preguntan “¿Y tú que tal?” para no tener que inventar, para no tener que confesar que en algún momento echaron de menos el café de máquina, el cigarro en la puerta con los compañeros o el culo de Paqui, la secretaria.

Sombrilla, tumbona, nevera, mochila, aletas, raquetas... ¿falta algo? Sí. Las ganas de vivir, me las dejé en el coche junto a “La ridícula idea de no volver a verte”, mi libro de las vacaciones. Ese libro que te han recomendado y que crees que leerás, no obstante acabará humedecido y deformado, si no roto, en el fondo de tu mochila.

Buscando un metro cuadrado libre de arena, casi olvido la naturalidad con la que se practica el nudismo en este tipo de calas, así que cuando por fin me siento y miro al frente, el pene flácido del señor Gurtenk, un alemán que veranea en Carboneras desde hace veinte años, pasa y me saluda junto a sus dos peludos amigos. La señora Gurtenk, campeona comarcal enguyendo codillo, le sigue de cerca con los senos rebotándole hipnóticamente en su sonrosado y cilíndrico cuerpo. El calor aumenta. El astro rey está en lo más alto del cielo. Me escondo bajo la sombrilla presa de una angustia vampírica. Parece que me relajo un momento, pero no. ¡Joder! Esto está lleno de avispas. Dicen que diciendo “maría” muchas veces no te pican. Por lo visto las vibraciones sonoras producidas al pronunciar repetidamente esa palabra las vuelve locas haciendo que se vayan y que nunca más vuelvan, pues al estar locas, ni siquiera recuerdan que son avispas y bien podrían pasar el resto de su insignificante existencia comportándose como una medusa o un boquerón. La explicación me tranquiliza bastante. Doy otra calada. El humo se derrite. Ya da igual. Me voy al agua para siempre, como hacen las avispas cuando se vuelven locas.

 

viernes, 19 de julio de 2013

LAS MATEMÁTICAS NO AMAN

La profesora me citó en la pizarra. ¡Vamos, no voy a comerte!, dijo con una sonrisa sinusoidal. A medida que me acercaba, los límites de mis nervios tendían al infinito en progresión geométrica, sin una razón que determinara la indeterminación que sentía. Cuando la tuve cerca, pude ver con claridad que despejando el factor marido, la regla de tres sería mucho más sencilla entre los dos. Con un movimiento parabólico me tendió la tiza, pero debido a la aceleración de la gravedad del asunto le agarré la mano, lo que derivó en las risas de mis compañeros alcanzando un valor máximo. Entonces dividí ese segundo en milésimas para contemplar sin prisas las curvas que tantos puntos de inflexión me habían causado. Miré a los demás alumnos e inmediatamente los resté, quedándome a solas con ella en una ecuación de segundo grado con dos incógnitas, una variable y la otra constante. Pensé en montar un número pero me pareció complejo, así que decidí resolver la raíz del problema elevando mis expectativas al mínimo exponente y encerrando mis delirios entre las filas y las columnas de una matriz involutiva.
Tras mi largo silencio vino la vergüenza y luego, por lógica, un merecido suspenso que ni siquiera lamenté, pues para mí, nada tenía solución sin ella.

martes, 9 de julio de 2013

LA PRINCESA AMNÉSICA



La bella y joven princesa salió a jugar con su nueva pelota dorada al bosque. Pero, como ya venía ocurriendo, la pelotita volvió a caerse al lago y se hundió. La pobre princesa lloró desconsolada hasta que una ranita llamó su atención. ¿Por qué lloras princesa? Le preguntó. Porque se ha caído mi pelota al agua y no me he traído el bañador ni las gafas de bucear de oro que me regaló mi padre, el rey. Entonces la rana le dijo: Si me das un beso yo traeré tu pelota. La joven princesa no disimuló una mueca de asco, pero se lo pensó dos veces y accedió. La rana estiró su lengua y ambos se fundieron en un apasionado beso de tornillo como los de las películas de Hanfry Bogart y Ava Gardner. Cuando la rana se dio por satisfecha, entró en el agua de un salto y no volvió a salir. La pobre princesa esperó un rato y volvió muy triste a su castillo mientras la rana se divertía contándole la historia a sus amigos acuáticos. Decenas de pelotas doradas adornaban el fondo del lago.