jueves, 26 de diciembre de 2013

NO TAN ELEMENTAL, QUERIDO WATSON


El doctor Watson entró en la habitación. Los vapores etílicos que durante la noche habían consumido el aire del cuarto le golpearon en la nariz. Holmes no se encontraba allí pero sus sábanas todavía estaban calientes. Watson se atusó el bigote con el fin de adivinar su paradero, pero unos ruidos provenientes del cuarto de baño le dieron la respuesta.
—¡Holmes, creo que tengo algo! —gritó emocionado, y se sentó en la cama a esperar.
Pasados unos minutos, la puerta del baño se abrió. Holmes apareció vestido con un batín y sin emitir saludo alguno, fue caminando lentamente hasta una silla situada cerca de la ventana. Luego sacó una pipa del bolsillo y tras metérsela en la boca le arrimó una cerilla. Watson interpretó ese silencio como vía libre para exponer sus conjeturas y sin perder un segundo procedió:
—Esta mañana he visitado a  Miss Stapleton y me ha dicho que salga de la ciudad. Lo más curioso es la picardía que empleó al hacerlo pues, lejos de querer amenazarme, aprovechó para decírmelo cuando el señor Stapleton estaba ausente. No sé, Holmes, creo que me ha debido confundir con Henry Baskerville y pretendía avisarme de algo, lo que me lleva a pensar que quizá el señor Stapleton también esté relacionado con la muerte de Sir Charles Baskerville.
Envuelto en su propio humo, Holmes se rascó el mentón como si pensara en algo. Watson prosiguió.
—Tenemos pruebas de que el verdadero asesino es ese perro endemoniado que merodea por el páramo, pero… ¿Qué crees que pretendía Miss Stapleton al darme ese mensaje?
Holmes cerró los ojos y comenzó a masajearse las sienes con los dedos. Al cabo de unos segundos miró a Watson fijamente y dijo:
—Watson, lo único que creo es que deberías volver luego. Tengo una resaca espantosa.