lunes, 16 de junio de 2014

AFORTUNADO


Era mediodía. Linda cocinaba una lasaña de pollo y salí al balcón a fumar un cigarro. El sol brillaba sin calentar. Mi vecina de enfrente sacudió una alfombra por la ventana. Las pelusas cayeron al vacío con parsimonia. En la calle un tipo abrió el capó de su coche, se encontraba justo debajo de mí. Parecía buscar algo. Oh, sí. Buscaba algo. Un viejo se le acercó y se quedó mirando. Al cabo de unos segundos, el tipo le mostró con discreción lo que finalmente había encontrado. Desde lo alto pude ver que se trataba de una pistola. La envolvieron en un trapo, el viejo se la llevó bajo el brazo. El otro tipo subió al coche y se marchó. La vecina ya se había metido para dentro, pero su maldito perro no dejaba de ladrar. El horno emitió un pitido: la lasaña estaba lista. Cuando entré, Linda sonreía orgullosa, con la bandeja en la mano y yo, por primera vez, me sentí afortunado de no ser un pollo.




(Incluido en el libro de relatos “Realismo Sucio, homenaje a Charles Bukowski” de la editorial Artgerust.)


lunes, 3 de febrero de 2014

LA PRINCESA, EL PRÍNCIPE Y EL SAPO

LA PRINCESA

La princesa no comía. La princesa no se peinaba. La princesa no dormía.
El rey, preocupado por su hija, envió al sirviente con las orejas más grandes a escuchar detrás de la puerta y halló la respuesta: Estaba enamorada del mayor canalla del reino.
—¿No te das cuenta de que ese hombre no tiene cabeza?
—Me da igual si tiene cabeza o no, me casaré con él, padre.
Dicho esto, el rey mandó decapitar al joven y la princesa pudo casarse, y entonces volvió a comer y a peinarse y a dormir por las noches, junto a su amado caballero.


EL PRÍNCIPE

El apuesto príncipe bajó de su caballo. La sangre de mil enemigos goteaba de su espada sobre el suelo del castillo. El rey lo estaba esperando sentado en su trono:
—¿Venciste todas las batallas?
—Tal como le prometí.
—¿Conquistaste las tierras del Norte?
—Sí, majestad, y las del Sur…
—¿Y las del Este?
—Las del Este y las del Oeste, majestad.
El rey hizo un gesto y un criado entró con una cajita de madera.
—Muy bien, pues aquí tienes lo que acordamos: la mano de mi hija.







EL SAPO

Un sapo saltaba feliz por el bosque. De pronto, se encontró a una princesa tumbada en el suelo mirándolo y esta le dijo: 
"Si me das un beso me convertiré en una atractiva ranita".
El pobre sapo se lo pensó un momento, pues le daba un asco atroz besar a una joven princesa de cabellos dorados y mirada angelical, pero finalmente accedió. Entonces la princesa se levantó y se fue corriendo y riéndose del sapo porque se había creído ese estúpido cuento de ranitas encantadas.