lunes, 3 de febrero de 2014

LA PRINCESA, EL PRÍNCIPE Y EL SAPO

LA PRINCESA

La princesa no comía. La princesa no se peinaba. La princesa no dormía.
El rey, preocupado por su hija, envió al sirviente con las orejas más grandes a escuchar detrás de la puerta y halló la respuesta: Estaba enamorada del mayor canalla del reino.
—¿No te das cuenta de que ese hombre no tiene cabeza?
—Me da igual si tiene cabeza o no, me casaré con él, padre.
Dicho esto, el rey mandó decapitar al joven y la princesa pudo casarse, y entonces volvió a comer y a peinarse y a dormir por las noches, junto a su amado caballero.


EL PRÍNCIPE

El apuesto príncipe bajó de su caballo. La sangre de mil enemigos goteaba de su espada sobre el suelo del castillo. El rey lo estaba esperando sentado en su trono:
—¿Venciste todas las batallas?
—Tal como le prometí.
—¿Conquistaste las tierras del Norte?
—Sí, majestad, y las del Sur…
—¿Y las del Este?
—Las del Este y las del Oeste, majestad.
El rey hizo un gesto y un criado entró con una cajita de madera.
—Muy bien, pues aquí tienes lo que acordamos: la mano de mi hija.







EL SAPO

Un sapo saltaba feliz por el bosque. De pronto, se encontró a una princesa tumbada en el suelo mirándolo y esta le dijo: 
"Si me das un beso me convertiré en una atractiva ranita".
El pobre sapo se lo pensó un momento, pues le daba un asco atroz besar a una joven princesa de cabellos dorados y mirada angelical, pero finalmente accedió. Entonces la princesa se levantó y se fue corriendo y riéndose del sapo porque se había creído ese estúpido cuento de ranitas encantadas.